Siguiendo con la metáfora de la primera parte de este artículo, cuando conozco mi pantano me resulta más fácil explorar el del otro y acompañarlo por él. Como terapeuta no conoceré el camino exacto que debe caminar mi cliente, pero el hecho de conocer el mío, con sus senderos, atajos y acantilados, me ayudará a caminar por el del otro con mayor fluidez y si hace falta, durante un tiempo guiarle por él (y por supuesto siempre acompañarle). Quiero dejar claro que no hay mayor conocedor de dichos lugares que aquel que los camina, esto significa que mi cliente es el único experto en él. Así que, y aquí llegamos al segundo punto importante, el protagonista y responsable de la historia siempre será mi paciente, y como tal, será él quién encontrará o descubrirá nuevos senderos (y con esto me refiero a posibles soluciones a sus problemas, nuevas formas de ver las cosas, nuevas formas de hacer, recursos propios, etc.) y mi función será la de acompañarle.
Si mi cliente en terapia empieza a escoger los senderos que camina y a responsabilizarse de aquello que genere su elección, o dicho de otra manera, si se empieza a responsabilizar de lo que hace, piensa o dice, empieza a caminar hacia una mayor autonomía y libertad y a tomar las riendas de su vida. Esa es una de las principales funciones mias como terapeuta: facilitar esa autorresponsabilidad.
Si yo, siendo terapeuta no entiendo y practico la responsabilidad en mi vida, difícilmente acompañaré al otro en tal dirección. Probablemente me ubique en una posición de salvador, poseedor de la verdad absoluta o poseedor de las soluciones en vidas ajenas y fácilmente fomentaré actitudes infantiles y/o dependientes en mi paciente, cosa que interferirá sustancialmente y de forma contraproducente en su proceso.
Y esto es lo que hago como psicólogo que va a terapia. Responsabilizarme de mi vida para poder acompañar al otro hacia la responsabilidad de la suya.
Por último, al ir a terapia yo me expongo a un proceso de crecimiento personal e indagación, separo mi amalgama de sinsentidos y aporto nitidez, dirección y doy lugar a muchas de mis experiencias. De esta manera, consigo varias cosas. La primera tiene que ver con mi propio bienestar y realización como individuo. El resto están relacionadas con mi práctica terapéutica. Y ambas, por supuesto, se interrelacionan.
Como ya he dicho anteriormente, el hecho de haber abordado y contactado con mis propios monstruos facilitará mi acompañamiento al otro, pero además, ir a terapia me proporcionará un “sensor” para detectar cuando mi historia personal puede estar interfiriendo en el proceso terapéutico de mi cliente. Si yo tomo conciencia de que hay algo de mi historia personal que no está resuelto y que interfiere en mi relación con mi cliente, voy a tener la posibilidad de gestionarlo y separarlo, de llevarlo a terapia o, en casos más extremos, de poder referir a mi cliente con otro terapeuta.
Si no hay interferencias, se consigue un acercamiento de mayor calidad, una visión más nítida y real del otro y menos contaminada por el juicio o la emoción propias. Todos estos factores darán a la relación terapéutica un componente saludable que por sí solo estará generando un beneficio terapéutico para mi cliente. Es decir, cuanto más sana, honesta y auténtica es la relación entre terapeuta y cliente, mayor beneficio terapéutico habrá.
Sexólogo y psicoterapeuta humanista de individuos adultos, parejas y grupos desde el 2015.
Formación en terapia Gestalt y Eneagrama, especialista en educación de la sexualidad y maestro en Sexología.
Hago talleres de sexualidad y desarrollo personal en Casa Revuelta.