Hay un dicho popular de que el tiempo lo cura todo, poniendo por sentado que no hay que hacernos responsables de ninguna emoción y que solo hay que esperar el paso de las hojas del calendario para sanar. Esto no es cierto del todo. Es una realidad que algunas veces el paso del tiempo facilita las cosas, sin embargo las emociones no pasan, o las expreso o me las trago. Conviene entonces expresar mis emociones de forma asertiva.
Y no hablo solamente de las situaciones que se salen de control dentro de mi relación de pareja o con mis padres o amigos. Pasa lo mismo con los procesos de adaptación por lo que todos pasamos a lo largo de las diferentes etapas de desarrollo vital.
Recuerdo hace algunos meses cuando mi hija tuvo su primer menstruación. En el momento en que lo supe fue, según yo, muy bonito: darme cuenta que mi hija ya se estaba convirtiendo en una señorita. Dias después lo platique con una amiga psicóloga infantil y recuerdo que me dijo: -Después vas a llorar! Yo no le di mucha importancia a su comentario, pensé que lo decía de broma y ahí quedo.
Mas o menos un mes después, Desireé (mi hija) decidió deliberadamente desobedecer a mi esposa y a mi en cuanto a las reglas con su teléfono móvil. Realmente no fue nada grave pero a mi me impacto fuertemente. En mi siguiente sesión de terapia grupal decidí compartir mi experiencia. No había dicho aún mucho del tema cuando rompí en llanto. Con el acompañamiento del terapeuta grupal me di cuenta de que mi llanto no era por la desobediencia de Desireé, era por la angustia y el miedo que sentí un mes atrás respecto a su menstruación. Tenía miedo de enfrentar la nueva etapa no solo de Desireé, sino mía como padre de ahora una adolescente.
Yo pude haber decidido dejar que el tiempo pasara y quizá buscar medidas de disciplina con Desireé, pero tarde o temprano mi miedo hubiera sido evidente y quizá de una forma menos saludable de cómo lo viví.
Algunas veces puede haber discusiones con mi pareja, con mis padres, con mis hijos, compañeros de trabajo, amigos, etc. que producen una emoción desagradable, y si no hago nada, si no aprendo de esa situación, es probable que la herida se cierre de manera superficial y ante el menor roce volverá a abrirse. Por eso, en muchas ocasiones, cuando pensamos que ya hemos superado una dificultad y que finalmente hemos pasado página, el dolor regresa, y es tan intenso como el primer día o quizá más.
En realidad la única aportación que hace el tiempo sobre mi herida es brindarme la oportunidad de distraerme con la rutina cotidiana. Me sumerge en las preocupaciones y responsabilidades del día a día, de manera que aparto de mi mente la pérdida, el fracaso o la adversidad ocurrida. Sin embargo, eso no significa que la herida ha sanado; solo la he puesto en segundo termino, me la he guardado.
Algunas veces puede ser conveniente retomar mi rutina para adoptar cierta distancia con mi situación de conflicto, sin embargo, en la mayoría de los casos la mejor forma de lidiar con la situación dolorosa es tomar una pausa y buscar nuevos horizontes que me permitan reflexionar sobre lo ocurrido, encontrarle un significado y pasar página, de forma legítima.
Sanar algunas veces duele, pero ese dolor me permite crecer.
Sexólogo y psicoterapeuta humanista de individuos adultos, parejas y grupos desde el 2015.
Formación en terapia Gestalt y Eneagrama, especialista en educación de la sexualidad y maestro en Sexología.
Hago talleres de sexualidad y desarrollo personal en Casa Revuelta.
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