A veces lo más difícil no es dejarlo ir, sino más bien, aprender a empezar de nuevo.

Con el tiempo he entendido que dejar ir no tiene nada que ver con ser cobarde, con darse por vencido, no es un acto de debilidad en si, todo lo contrario, es un signo de fortaleza y crecimiento personal. Duele dejar ir a alguien pero me doy cuenta que hay cosas que por alguna razón que aún se escapa de mi entendimiento, hay cosas que no pueden ser por mucho que me aferro a ellas, por mucho que lo intente.

A lo largo de todo el camino recorrido hasta el momento, he dejado muchas cosas atrás, he aprendido de cada una de ellas, me han hecho más fuerte, otras más desconfiado, menos iluso, pero al día de hoy, soy todo lo que he dejado en el ayer, todo aquello que abandoné para poder empezar, para poder seguir siendo yo mismos aunque todo ello haya implicado (o aún implique) sufrimiento.

Cada vez que consigo dejar algo atrás, soy capaz de dejar lo que en realidad me hace daño, me alejo de aquello que no encaja conmigo, de aquello que no me hace feliz, de aquello que ya no me sirve.

Podemos elegir vivir continuamente de recuerdos, de aquello que no pudo ser, de lo que dejamos atrás. Podremos sobrevivir con ello sin duda, pero lejos de dejarnos crecer nos hace aún más pequeños, más débiles, nos va erosionando tanto por fuera e incluso aún más por dentro; o por el contrario podemos elegir dejar todo atrás, avanzar, librarnos del pasado, de aquello que nos hacía mal o de aquello que al principio nos hacía felices y que de pronto empezó a lastimar, de aquellos que decían querernos y que ahora nos van arrancando pedacitos poco a poco y asumirlo como parte de nosotros para seguir en el camino correcto, y que nos alcancen cosas mejores, todo lo que está por llegar.

Y visto así la decisión parece clara.