El hombre moderno vive en un estado de vitalidad mediocre. Aunque por lo general no sufre hondamente, sabe poco acerca de lo que es vivir en forma verdaderamente creativa. En lugar de ello se ha convertido en un autómata angustiado.

Su mundo le ofrece amplias oportunidades de enriquecerse y disfrutar, y sin embargo se le ve vagando sin sentido, sin saber en realidad lo que quiere y por lo tanto completamente incapaz de averiguar cómo conseguirlo.

Se aproxima a la aventura de vivir sin entusiasmo ni satisfacción. Pareciera que siente que el tiempo de pasarlo bien, del placer, de crecer y aprender, es la niñez y la juventud, y que llegar a la madurez significa abdicar a la vida misma.

Se mueve mucho y hace ademanes de realizar muchas cosas, pero la expresión de su cara indica su falta de interés real en lo que está haciendo.

Por lo general tiene cara de aburrido, distraído o irritado; sin sentido. Pareciera que ha perdido toda espontaneidad, toda su capacidad de sentir y expresar en forma directa y creativa. Es muy hábil para hablar de sus males y muy malo para encararlos. Ha reducido la vida a una serie de ejercicios verbales e intelectuales: se ahoga en un mar de palabras.

Ha sustituido el proceso mismo de vivir por explicaciones vanas. Pasa largas horas tratando de recobrar el pasado o moldeando el futuro. Sus actividades del momento presente no son más que tareas que hay que cumplir. A veces, ni siquiera se da cuenta de sus acciones del momento.

Justifica su infelicidad actual mediante sus experiencias del pasado y se revuelca en el sufrimiento.

Intenta detener el tiempo porque no tiene nada en el aquí y ahora. No tiene nada que decir y nada que hacer a pesar de que el tiempo le pide solamente eso: estar aquí, ahora.