Ese sentimiento amargo que nos provoca gran malestar y desasosiego. Cuando llega, se transforma en una situación incomoda que no nos deja dormir y que nos ronda a todas horas. Es capaz de dominarnos por completo y robarnos el pensamiento. La serenidad desaparece. Nos diferencia del resto de seres vivos. Nos hace humanos, pero también nos destruye. Es el sentimiento de culpa.

Su origen se basa en las experiencias que vivimos y que forman nuestra personalidad, en el estilo educativo que recibimos, y los valores éticos y morales que vamos desarrollando. La cultura en la que crecemos también será determinante a la hora de qué cuestiones nos provocarán culpa. Cada persona tiene un umbral distinto de culpa, las hay más propensas y vulnerables a padecerla y las hay más equilibradas. Hay personas que se sienten culpables del daño ajeno sin serlo, se reprochan y se castigan por hechos de los cuales no son responsables.

Las personas que son educadas bajo un estilo autoritario y rígido, con críticas constantes y castigos desproporcionados, suelen desarrollar en la etapa adulta un perfil de personalidad caracterizado por baja autoestima, autocrítica excesiva y perfeccionismo. Este perfil es el más propenso a desarrollar sentimiento de culpa, de manera más frecuente.

Las víctimas de experiencias traumáticas, también pueden desarrollar culpabilidad posterior o bien por haber sobrevivido a otras personas o bien por ser víctimas.

Buscar culpables, es un mecanismo mental para guardar la coherencia; al atribuir un origen a lo sucedido, pareciera que todo cobra sentido. Pero no todo tiene una fuente identificable clara, ni un culpable. La cuestión, es que muchas veces al no encontrar culpable, nos declaramos serlo. Nos sometemos al implacable juez de nosotros mismos y el veredicto es inamovible: CULPABLE.

Pero no todo son aspectos negativos en el sentimiento de culpa, si bien de manera desproporcionada o mantenido en el tiempo, este sentimiento se convierte en dañino y destructivo, la culpa tiene una función reguladora de la conducta y el pensamiento; es una característica ética y moral que nos direcciona y actúa a modo de conciencia. Nos indica lo que está bien o mal, lo reprochable, en función de los valores adquiridos y nuestras creencias.

El remordimiento y el arrepentimiento son primos hermanos de la culpa, derivados de ella. Son respuestas naturales, que surgen tras haber cruzado la línea de lo que consideramos impropio o inmoral.

Sin embargo, la culpa según su frecuencia, intensidad y duración, puede convertirse en dañina y perjudicar la salud mental.  Un sentimiento de culpa no superado, que se mantiene en el tiempo, puede provocar trastornos psicológicos como ansiedad, estrés y depresión y derivar en síntomas físicos, como insomnio, falta de apetito, migrañas, dolores musculares, etc.

Para canalizar de manera funcional y saludable el sentimiento de culpa es recomendable:

  1. Cambiar el término CULPA por el de RESPONSABILIDAD. Este último es más proactivo y no supone un lastre cuya reacción suele ser meramente de autocompasión (pasiva).
  2.  Reparar el daño causado en la medida de lo posible y ofrecer disculpas a quien corresponda.
  3. Aprender del error cometido para no cometerlo más en el futuro.
  4. Darle vueltas a lo pasado solo sirve para malgastar energía y no va a cambiar nada. Lo hecho, hecho está, si podemos compensarlo lo hacemos, si no, lo tomamos como aprendizaje.
  5. Todos nos equivocamos y para poder pasar página y no vivir en la culpa, es importante que empieces por perdonarte TÚ.
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Psic. Orlando Pérez

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