Mi primer orgasmo fue sensacional. Aún recuerdo ese momento con mucha claridad.

Tenía 8 años y jugando con otros niños, muy al estilo de los 90´s para reafirmar nuestra pequeña masculinidad hablando de nuestra graaaaaan experiencia sexual, yo tenía la noción de que el pene podía ser fuente de placer.

Siguiendo lo que mis compañeros de segundo grado de primaria decían, yo ya había dedicado algunos momentos a subir y bajar mi mano en mi pene. Ya me la había jalado varias veces, pues. Sin embargo solamente alardeaba cuando era mi turno en las platicas eroticas con mis compañeros diciendo que era lo máximo, porque en realidad en ninguna ocasión había experimentado placer.

Un día, supongo que fin de semana porque no fui a la escuela, me quede sentado un rato al borde de mi cama viendo a la nada mientras despertaba, algo que hacia cada mañana cuando no había clases. Supongo que por inercia, comencé a frotar con la palma de mi mano mi glande.

De por si la sensación de tener una erección a mis 8 años era muy curiosa, la recuerdo chistosa. Y mientras acariciaba mi glande recuerdo que comencé a sentir una especie de cosquillas chistosas (así las recuerdo en mi mente de niño).

Y continué hasta que mi cuerpo entero se apretó, como en una especie de calambre donde el músculo se contrae pero en lugar de dolor, había una sensación muy rica….y en todo mi cuerpo.

Recuerdo que cuando la sensación terminó, me apuré a vestirme y salir del cuarto, algo en mi me decía que nadie podia enterarse que había hecho eso

A partir de entonces, ese instante inocente se convirtió en mi pequeño secreto: el placer era algo para callar, para esconder. No importaba que viniera de mi propio cuerpo, que no estuviera ligado a otra persona, sino solo a mí mismo. Había una voz suave —pero persistente— que decía: esto no es correcto, eso no debe sentirse así.

Esa voz de la culpa tiene raíces generacionales. Mucho de lo que aprendemos sobre nuestro cuerpo y el deseo viene de prohibiciones más que de enseñanzas. No hubo manual, no hubo guía: solo intuiciones, miedos y algo que me parecía prohibido de explorar a fondo.

Ahora de adulto y siendo sexólogo, entiendo que el silencio frente al placer no solo nos aleja de nuestro cuerpo, sino también de nosotras mismas. No conocer nuestras propias sensaciones significa depender de espejos externos: de lo que otros esperan, de lo que se supone que deberíamos sentir o no deberíamos sentir.

Por eso la autoexploración es tan importante. No es solo una forma de experimentar placer: es un acto de autoconocimiento. Cuando tocas tu cuerpo, cuando aprendes qué te da gusto, también aprendes quién eres. Y créeme cuando te digo que será un placer conocerte. Esto construye una base de amor propio, un punto de partida para relaciones más auténticas, donde el deseo y el placer no son un tabú, sino un puente de conexión.

Además, reconocer ese placer es un paso para cuestionar las culpas, para romper prejuicios. Porque sí, es posible que muchos de esos miedos vengan de una educación que silenció nuestro deseo, que envió mensajes contradictorios: eres libre, pero no explores demasiado; sé tú misma, pero no te excedas.

Hoy escribo esto para invitarte a un acto revolucionario: permitirte disfrutar, simplemente, sentir. A mirarte con ternura, a celebrar tu cuerpo, a abrazar tu deseo y tu placer sin juicios. Porque el placer no debería ser algo secreto ni vergonzoso: es parte de ti, es tu derecho. Es un placer conocerte.

Y decir que el placer es mío no es solo una afirmación erótica, es una declaración de autonomía, de amor propio, de reivindicación de mi derecho al placer.

Así que, si alguna vez sentiste vergüenza o culpa por lo que tu cuerpo te dice, Mi Consultorio Psico-Sexual en El Paraíso, es un espacio para escucharte. Porque mereces conocer cada rincón de ti misma, de ti mismo. Con curiosidad. Con respeto. Con libertad.