Se cuenta que un día, una mamá desesperada porque no podía hacer entender a su pequeño de 8 años para que no comiera demasiados dulces, decidió emprender un viaje largo y difícil para visitar a un maestro Zen que, según había escuchado, sus enseñanzas eran tan profundas que la gente que lo visitaba cambiaba su vida de forma drástica.

La señora emprendió entonces un viaje de dos días en carreta por caminos estrechos y muy difíciles de transitar, después debía continuar caminando por una brecha durante 3 horas aproximadamente para poder llegar a donde el maestro recibía a sus visitantes. Ademas tuvo que esperar cerca de 4 horas a que el maestro recibiera a quienes habían llegado antes que la angustiada mamá con su hijo.

Cuando por fin tuvo la oportunidad de estar frente al maestro le dijo:

– Maestro, te ruego me ayudes para que mi pequeño de 8 años deje de comer tanta azúcar; ya lo he intentado todo y no logro hacerlo entender. Me han dicho ademas que tus enseñanzas son tan profundas que harán razonar a mi hijo.

El maestro la escucho atentamente, se inclino ante el niño por unos segundos, viéndolo fijamente a los ojos, se levantó y, volteando a ver a la mamá angustiada, le dijo:

– Está bien, tráelo dentro de 8 días.

La señora, obediente, emprendió su camino de regreso a casa. Pasados los días, emprendió nuevamente la travesía hacia el lugar donde es encontraba el maestro.

Después de dos días en carreta, 3 horas caminando y ahora 6 horas de espera para que el maestro la recibiera, pudo finalmente estar delante del maestro y dijo:

– Maestro, he regresado como me lo indicaste hace 8 días. Te ruego hables con mi hijo y le digas que ya no coma azúcar.

El maestro, calmado, nuevamente se inclinó unos segundos delante del niño, lo miró fijamente a los ojos y dijo:

– Niño, deja de comer azúcar.

Se levanto y despidió a la mamá angustiada quien, ahora también indignada, le reclamó:

– ¿Es todo?, ¿no pudiste haberle dicho lo mismo hace 8 días cuando lo traje por primera vez?, ¿no sabes que hemos recorrido un largo camino para llegar hasta acá?

A lo que el maestro, aún calmado, respondió:

– Entiendo tu enfado, pero hace 8 días yo aún comía azúcar.

Muchas veces damos un consejo a un ser querido, esperando que el resultado sea positivo, damos un mensaje esperando hacer impacto en la vida de la persona a la que se lo damos; sin embargo esto no pasa siempre. Un ejemplo bastante gráfico de esto es con nuestros hijos. Les decimos que mentir en malo, pero nos escuchan mentir; les hablamos de la importancia de dormir temprano, pero nos quedamos despiertos hasta media noche, etc.

Esta es la importancia de la congruencia, es poder alinear lo que pienso, lo que siento, lo que vivo y lo que digo. Lo que soy.