La semana pasada me encontré una nota en la pagina de un instituto de terapia Gestalt en España. Dicha nota hace referencia a la importancia que tiene el ser consciente de mis limites de responsabilidad en cada relación interpersonal.

Aprovechando este día denominado del amor y la amistad, quiero enfocarme en las relaciones de pareja y en cómo es que la mayoría de los conflictos en la pareja surgen. Cuando yo no soy consciente de mi mismo y voy por la vida tratando de ser objetivo y racional, muy probablemente solo voy disfrutando de aquellas relaciones que cubren alguna necesidad afectiva en mi.

Cuando aparece una persona que me resulta atractiva, ademas de los procesos bioquímicos que ocurren a nivel celular en mi cuerpo que hacen a esa persona fisicamente atractiva para mi, también ocurren una serie de procesos emocionales y/o psicológicos que, en conjunto con las reacciones de mi cuerpo, mas tarde me darán la sensación de estar enamorado. La parte bioquímica se da de forma automática en todos los casos (yo no puedo ser consciente de todos lo procesos que ocurren en mi cuerpo); sin embargo, la parte emocional no todo el tiempo se da de forma inconsciente.

Cuando yo aprendo, mediante la práctica, a vivir en un continuo de consciencia es sencillo para mi identificar esos procesos emocionales cuando me encuentro con una persona que me resulta atractiva. Entonces puedo darme cuenta de lo que es mío y lo que es del otro.

Si yo no soy consciente de mis procesos emocionales, seguramente me enganchare de la neurosis del otro de acuerdo a mis propias necesidades afectivas y facilmente podré decir que estoy enamorado.

Un conflicto que podía decirse que es clásico en terapia, es aquel que se origina en la relación con nuestros padres, y los terapeutas no estamos exentos de haber estado ahí (la realidad es que como terapeuta Gestalt, la mejor manera de acompañar al paciente es haber estado en el sillón de paciente alguna vez, solo mediante el trabajo personal en terapia es que yo puedo ser congruente con mi trabajo).

Cuando compré por primera vez un auto nuevo. Recuerdo haber salido de la ciudad a visitar a mi padre manejando mi auto con la ilusión de mostrárselo y esperando, en aquel momento inconscientemente, que mi padre reconociera mi esfuerzo y el logro que para mi era haber comprado un auto.

El día de hoy no me sorprende haberme desilusionado grandemente cuando la primer reacción de mi padre fue: "¿vas a poder pagarlo?". En aquel momento, recuerdo haber tenido toda una serie de emociones que fueron desde el enojo para terminar sintiéndome triste. Para mi, el comprar un auto nuevo significaba muchísimo esfuerzo y un gran logro en mi vida. En mi enojo no paraba de cuestionar en mi cabeza ¿por qué mi padre no había podido tan solo darme un "te felicito, me da mucho gusto por ti"?.

Aun sin darme cuenta, guarde esas emociones y seguí "funcionando". Tiempo después llegó una mujer a consulta y no tarde mucho en darme cuenta de su actitud retadora y hostil que invalidaba cualquier intervención que yo pudiera hacer. Inmediatemente me descubrí enojado con mi paciente y pensé en ya no volver a verla.

Para ser congruente con mi trabajo, decidí no quedarme así y la próxima sesión que tuve en un grupo terapéutico al que acudo de forma regular comencé a compartir mi experiencia con mi terapeuta y con el grupo. Ahí me di cuenta de que mi necesidad de validación y reconocimiento de parte de mi padre se había hecho presente en mi trabajo como terapeuta.

Después de haber resuelto mi conflicto emocional con mi padre en terapia, seguí revisándome; me di cuenta de que mi padre, aunque fue muy exitoso laboralmente, constantemente se vivía preocupado, estresado, con deudas que lo presionaban cada vez mas. Su mejor manera de reaccionar ante una deuda era el miedo y la preocupación, claro que le dio gusto por mi, y por eso mismo hizo lo que mejor hacía para demostrármelo: preocuparse.

Me di cuenta que si, yo tenia una necesidad de validación por parte de mi padre, pero que en cuanto a la compra de mi auto no se trataba de mi, esa situación no era mía, era de mi padre, era su propio conflicto.

Pude ver nuevamente a mi paciente la siguiente semana y me di cuenta que mi reacción era justamente eso: MIA. Ella, en su propia necesidad de bienestar y por su falta de maneras asertivas de obtenerlo, de forma natural (no necesariamente saludable) actuaba de forma hostil, siempre a la defensiva. Con mi conflicto emocional con mi padre resuelto, pude ser objetivo en mi trabajo y acompañar a mi paciente a darse cuenta de su actitud, entonces se mostró receptiva.

En las relaciones de pareja pasa muchas veces esto mismo. Hacerme consciente de mis conflictos afectivos se convierte así en algo muy conveniente. La clásica frase que muchas veces se usa al momento de terminar una relación "no eres tu, soy yo" en terapia resulta totalmente acertada. Todo aquello de mi pareja con lo que yo me siento enojado, triste, con miedo o contento resulta que efectivamente no es ella, no es mi pareja; es la manera en que desde mi propia experiencia de vida yo percibo todo aquello.

Psicologo en Tijuana

Orlando Pérez

Psicólogo y terapeuta Gestalt especializado en terapia de pareja y grupal.

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