Aquella noche tuve un sueño extraño:

Era yo un títere de madera con varios hilos que salían de mis pies, manos y cabeza. En el otro extremo, diferentes personas tomaban turnos para moverme; vi a mis padres, a uno que otro maestro, al padre de la iglesia y a una ex-novia. Todos reían haciéndome brincar y bailar, me ponían en posiciones ridículas y me obligaban a gesticular como un mono. En mi sueño, yo sabía que podía romper fácilmente los hilos pero prefería dejarlos que me manipularan. Supongo que era más fácil dejar a otros elegir por mí, que hacerme responsable de mí mismo.

Cuando todos se cansaron de jugar conmigo, me dejaron tirado en el suelo, el suelo se convirtió en cama y puede ver después la lámpara del cuarto, había despertado. Dormir con los ojos completamente abiertos era de lo más extraño; me era difícil conciliar el sueño todas las noches y en las mañanas me costaba algo de trabajo saber cuando acababan los sueños y empezaba la realidad. Algunas veces me daba cuenta de que estaba soñando porque podía moverme o porque no estaba en ese horrible cuarto de hospital. Entonces, corría para alejarme lo más posible y deseaba no despertar jamás. Sin embargo, día tras día, me encontraba viendo la lámpara, el techo, el fuelle negro subiendo y bajando y el aparato que me mantenía en esta interminable pesadilla.

Se abrió la puerta y vi entrar a Esperanza, llevaba en la mano un recipiente de plástico con agua.

- Buenos días –dijo.

- Buenos días -siempre le contestaba en mi mente.

- Hoy te toca baño.

- No por favor, ¡qué pena! Me quitó de encima la sabana y después me despojó de la bata blanca que cubría mi cuerpo desnudo. Me llené de impotencia y vergüenza. En realidad, era yo el títere de mi sueño y los demás hacían de mí lo que se les antojaba.

Algo en su mirada me tranquilizó, supongo que no veía en mí a un hombre desnudo sino a un paciente como muchos otros que ella atendía. Metió una esponja en el recipiente y empezó a limpiar mi rostro...

- Mírate, eres tan joven.

¿Por qué me hablaba? ¿Acaso sabía que podía escucharla?...

- Además no eres feo -sonrió tímidamente y se sonrojo un poco. Espero que no estés consciente, pobrecito.

- ¡¡¡Estoy consciente!!!

- Ojalá te hayas ido ya, y que lo único que quede aquí sea tu cuerpo.

- ¡¡¡No, maldición!!! ¡Estoy aquí y puedo escucharte y verte!

- Si estás ahí adentro, me imagino que te sentirás muy sólo. Se quedó pensativa por unos momentos y una lágrima rodó por su mejilla. - Yo también estoy muy sola, sabes, mi esposo murió hace unos años -continuó, mientras secaba las lágrimas con la manga de su bata blanca-, desde entonces, me siento como paralizada, llena de miedos y de inseguridades -seguía su monólogo, mientras limpiaba mi cuerpo con la esponja-. Supongo que, de alguna forma, a todos nos paralizan nuestros miedos, nuestros resentimientos, la preocupación o nuestros traumas...

- No me hables de traumas que eso es lo que me trajo aquí -pensé.

- Me gustaría ser más valiente y atreverme a hacer tantas cosas. No sé, tal vez seguir mis estudios o buscar otra pareja, en fin tantas cosas. Pero no puedo.

Terminó de limpiar mi cuerpo y mientras volvía a ponerme la bata, me di cuenta que, de todo lo que había perdido, el contacto humano era lo que más extrañaba. Quisiera decirle que no se fuera, que siguiera hablándome un poco más.

- Debo seguir trabajando pero te veré otra vez cuando venga a cambiar el suero.

- No te vayas por favor, quédate un ratito más.

Acarició mi pelo una vez más y me miró unos segundos con gran compasión.

- Seguro tus familiares te andan buscando y no tardarán en venir a visitarte. Llegaste aquí sin ninguna identificación y ni siquiera sabemos cómo te llamas.

Salió de la habitación y yo me quedé solo otra vez, como todos los días. Tenía razón, me siento muy solo aquí adentro y... ahora puedo entender que todo es culpa mía.

- La culpa es un sentimiento inútil -oí una vez más la voz de mi guía. Lo que fue para mí una gran alegría, porque, a pesar de que me enojaba por lo que me decía, hablando con él, pasaba mejor el tiempo en ‘la cárcel de mi cuerpo”.

- Claro que todo es culpa mía. Si yo acepto que no era un títere de las circunstancias, entonces el culpable de todo lo que me pasa... ¡Soy yo!

- Esta es una vida llena de contradicciones, naces libre pero debes trabajar en conservar tu libertad y debes hacerte responsable de ella. Tú por ejemplo, estás vivo pero no lo estás al mismo tiempo, los doctores te creen una planta pero estás consciente Esperanza en cambio, tiene todas las posibilidades de hacer lo que se proponga pero se siente paralizada, como tú.

- Dijo que por sus traumas.

- La palabra trauma viene del griego y significa herida.

- Sí, eso lo leí en un libro de psicología.

- Claro que lo leíste si no, no podría yo decírtelo ahora, pero no me interrumpas... Esta es la primera contradicción de la vida: El ser humano nace totalmente libre pero totalmente dependiente. De hecho, de todos los animales, es el que requiere más atención por parte de sus padres. El niño sabe que, si sus padres no lo cuidan.., ¡se muere! Entonces el amor se convierte para él, en una cuestión de vida o muerte. Ahora bien, cuando el niño va creciendo, no sabe nada en absoluto y... ¿de quién crees tú que aprende todo sobre la vida?

- De sus padres.

- Claro está. Si tú llegaras a un planeta desconocido y vieras como todos los habitantes se golpean entre si llegarías a la conclusión de que eso es lo normal.

- Como el desgraciado de mi padre, que nos pegaba a todos.

- Ahora bien, el niño nada sabe tampoco acerca de sí mismo y... ¿de quién crees que aprende todo sobre él?

- También de sus padres, obviamente.

- Así es, el niño cree que estos dos seres poderosos de los que depende su vida, lo saben todo y siempre tienen la razón. Cuando tu padre te decía: “Eres un idiota y no sirves para nada” tú lo creías.

- ¡Claro que no!

- ¿No? ¿Qué te decías a ti mismo cuando cometías un error?

- Soy un idiota.

- Y, ¿qué te decías cuando volvías a beber y te habías propuesto dejar de hacerlo?

- No sirvo para nada.

- ¡Ahí está! El niño además, copia de sus padres la forma de relacionarse con todo lo que le rodea. Si el padre cree que todos los seres humanos son malos, el niño también lo cree. Si la madre siempre está preocupada o llena de angustia, el niño también se siente así.

- Así es como empezamos a amarrarnos hilos en pies y manos, ¿no es cierto?

- ¡Exacto! Y en esta relación empiezan nuestros traumas o nuestras heridas. Cuando eras un niño pequeño y cometías un error; tu padre te insultaba o a veces te pegaba, tú creías que eras malo, eso te hería más que los golpes. Cuando tu madre te decía que si no te portabas bien ya no te quería, te hería también y te llenaba de angustia.

- Entonces, ¡ellos tienen la culpa de todo!

- No señor no seas necio. Ellos también tienen heridas y ellos hacían lo mejor que podían con los conocimientos que tenían. Ellos también lo aprendieron de sus padres y sus padres de sus padres.

- Es un círculo vicioso.

- Un círculo que se puede romper.

- ¿Si? ¿Cómo?

- Dejando de buscar culpables. Mira, la culpa es, en realidad, el miedo a ser rechazado por los demás. Un miedo fundado en que cuando eras pequeño, si tus padres te rechazaban, tu vida estaba de por medio. Tus padres usaron la culpa para que hicieras lo que ellos creían era lo correcto: “no comes bien, eres un niño malo“, “si te portas mal, ya no te quiero“, “a la gente no le gustan los niños que dicen mentiras o que son groseros”

- Pero... ¡Funcionó!

- Claro que funcionó. La culpa es excelente para controlar a los demás.

- Pero, sin culpa todos haríamos lo que se nos pegara la gana y nos andaríamos matando unos a otros.

- Por eso digo que la culpa es un sentimiento inútil, pues con culpa y todo, los hombres se están matando unos a otros. En lo que ha fallado el hombre es en hacerse responsable de sí mismo y de su libertad. La persona que logra aceptar la responsabilidad de su vida, se da cuenta de que él es quien construye su destino y sabe que cada decisión que toma moldea su futuro, acepta la responsabilidad de todos sus actos pero comprende que, como no es perfecto, podrá cometer errores y en ese caso, no se culpa; si se puede remediar hace algo al respecto; si no, sabe que no importa cuánta culpa sienta por lo que pasó, nada va a cambiar. Con traumas y todo, con heridas y todo, el hombre tiene la posibilidad de hacer que su vida vaya mejor o destruirse a sí mismo.

- Como yo, ¡maldita sea! Ya no digas más. ¿De qué me puede servir saber esto ahora? ¡Aquí estoy como un monigote sin poder siquiera desahogar esta terrible rabia y tristeza que siento!

- Aun ahora eres libre de elegir tus pensamientos y tus sentimientos.

 

Fragmento del libro El Esclavo, A. Francisco (2001).

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Psic. Orlando Pérez

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